“No le iguala lumbre alguna/ de cuantas bordan el cielo,/ porque es el humilde suelo/ de sus pies la blanca luna:/ nace en el suelo tan bella/ y con luz tan celestial,/ que, con ser estrella, es tal,/ que el mismo Sol nace de Ella”. Con estas hermosas palabras de Lope de Vega, la Iglesia alaba a nuestra Madre en la fiesta de la Natividad de la Santísima Virgen María. Y estas alabanzas: “¡dichosa estirpe, raíz santa, bendito su fruto!”, resuenan, desde la Sierra a la Costa, desde el Andévalo al Condado. La Diócesis de Huelva celebra esta fiesta de María, “cuya vida ilustre da esplendor a todas las Iglesias”. También a esta Iglesia de Huelva, que nació bajo el amparo de tan gran Madre y Reina.
Y en la Sierra, Cortegana la llama Piedad; en Los Marines, Gracia, como la llamara el ángel. En Cala le llaman Cala. En Encinasola la denominación septembrina de la Virgen es Rocamador. Sobre todo, la aclaman como Reina de los Ángeles en Alájar, hacia donde suben los serranos en romería, acompañados por algunos pueblos mineros también. El clero y los fieles portan las andas de su bendita imagen, que muestra a la Virgen incurvada por el peso de su Hijo, porque el que no cabe en los cielos puso su templo en María. La Reina de los Ángeles cifra todo el amor mariano de las comarcas de la Sierra y la Mina. Ella, María, es “la morada de Dios con los hombres”.
Las viñas del Condado y la Campiña, cuando ya septiembre marca la hora de la vendimia, serán testigos de la fiesta de Rociana en honor de su Patrona, la Virgen del Socorro; del Pino en Niebla; de Montemayor en Moguer. Es como si las vides presintieran que de su zumo nace el vino y exultaran porque del vientre de María nacería Jesús que después lo convertiría en Sangre suya.
La Costa, en las espumas de las olas marinas trajo un día por el Guadiana a la Virgen de las Angustias, que pasea por las calles de Ayamonte, acunando a Jesús muerto, como recordando su infancia, como preludiando su Resurrección, como sosteniendo con ternura a cada persona que la mira.
Y en la capital, el caudal del Tinto y el Odiel, que abrazan la vieja Onuba, se convierte en Cinta “que nos ata y nos une” desde el Conquero. El estío, ya arrancando su fase final, deja caer la tarde en la Huelva “lejana y rosa” y la voz de Huelva se expresa en los vítores del pueblo que sigue a la Virgen Chiquita.
Toda la creación, representada en la riqueza de las tierras de Huelva, como dijera San Andrés de Creta, rebosa de alegría porque hoy “ha sido construido el santuario creado del Creador de todas las cosas, y (…), queda dispuesta para hospedar al supremo Hacedor”.
Huelva, humilde y sencilla, ante tantas y veneradas imágenes de la Madre de Dios, exulta de alegría, se siente bendecida. María, sencilla y humilde, bendita entre todas las mujeres, proclama la grandeza del Señor y es una de nosotros, el “orgullo de nuestro pueblo”.
Juan Bautista Quintero Cartes
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